Hades Nebula, tercera y última novela de la trilogía Los Caminantes de Carlos Sisí, plantea una terrible disyuntiva a todo aquel que, como el que suscribe, ha disfrutado hasta el éxtasis de sus dos entregas precedentes: por un lado, dar rienda suelta a la fatal curiosidad que te impele a conocer el destino último de los supervivientes de Carranque o, por otro, a mi al menos se me pasó por la cabeza, mantenerlo en una reserva eterna y no leerlo para que la historia no se cierre nunca, para no llegar al siempre triste momento en el que la palabra FIN te obligue a decir adios a José, Susana, Moses, Isabel y al resto de amigos con los que hemos pasado tantas penurias desde que los muertos se alzaron de sus tumbas en Málaga y en todo el mundo.
Al final, no sorprende a nadie, me pudo la curiosidad, y me embarqué en la siempre acelerada lectura del colofón de la saga que, con pulso firme y no pocos quiebros y requiebros, nos ha ofrecido Carlos Sisí, que -hay que decirlo- és una más que digna conclusión a la trilogía y no defraudará a ningún fan de la misma. Encontramos en Hades Nebula la ya demostrada habilidad del autor para enredar los sucesos en una vertiginosa carrera hacia un clímax catárquico, en la que se van sucediendo las situaciones extremas en las que los protagonistas se enfrentan a un constante «más dífícil todavía», pero también nos cruzamos con personajes -tanto en el bando de los vivos como en el de los caminantes- dibujados con un grado de detalle psicológico tal que parecen personas de carne y hueso (aunque en algunos casos, la carne se encuentre en avanzado estado de descomposición y los huesos presenten numerosas fracturas), y así el temible Muñeco o Pata de palo -otro zombi cuya triste situación nos hace reflexionar- son sólo dos ejemplos de la habilidad de Carlos Sisí para dotar de vida a sus creaciones de entre los muchos que encontramos en las páginas de Hades Nebula.
Si bien lo anterior justifica más que sobredamente la lectura de la obra, no puedo dejar destacar un acierto absoluto que, aún cuando ya estaba presente en sus antecesoras, me da la impresión de que destaca con mayor fuerza en el cierre de la trilogía, y es el hecho de que Hades Nebula escenifica a la perfección la batalla final entre el bien y el mal. No se trata de una confrontación en términos maniqueos, pues aunque tanto los personajes como sus decisiones o las situaciones a las que estos se enfrentan se ubican muchas veces en una zona gris, entre lo moralmente correcto y lo humanamente despreciable, la realidad es que toda la historia está vertebrada por un impulso de bondad -entendida como auténtica solidaridad y preocupación por el prójimo, por el débil- que, más que al terror de las legiones de muertos, se contrapone a cuanto el género humano tiene de soberbia y de egoismo (que, especialmente en momentos difíciles, no es poco). Con ello, Hades Nebula -y, en fin, la trilogía que cierra- trasciende el mero interés de un producto de genero, y se inscribe entre las obras que desgranan las luces y las sombras del espíritu humano y sus aspiraciones y anhelos, como ejemplifican las palabras de Moses casi al final de la novela.
En resumen, la única pega que se le puede poner a Hades Nebula (y siendo muy exigentes) es que implique el final de Los Caminantes, aunque, quien sabe, igual si somos muy pesados e insistentes, algún día, puede que dentro de unos años, Carlos Sisí quiera retomar la historia de los supervivientes de Carranque allí donde la dejó. Tanto si lo hace como si no, sin duda que estamos esperando la próxima obra que entregue a la imprenta.
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LOS CAMINANTES: NECRÓPOLIS de Carlos Sisi
Continúa la saga de los supervivientes del polideportivo de Carranque que nos trae Carlos Sisi (magnífico escritor, y -no nos cansamos de decirlo- magnífica persona), cuyos protagonistas se tendrán que enfrentar a nuevos y terribles problemas, no precisamente limitados a las legiones de muertos comandadas por el padre Isidro, pues -al fin y al cabo, y como todos sabemos- muchas veces los vivos son más peligrosos que los muertos, incluso que los muertos que se han alzado de sus tumbas.
En efecto, uno de los mayores aciertos de la novela es la presencia de un personaje antagonista que conspira para hacérselas pasar canutas a los protagonistas, en paralelo, pero de forma independiente, a las maldades del padre Isidro. Un vivo que disfruta de la impunidad absoluta que ha traído el apocalipsis zombi, y que se une a los nuevos personajes que Carlos Sisi cruza en las vidas de los supervivientes malagueños, de entre los que me encanta, entre otros, Bob, el zombi de la piscina, cuya desesperada situación es un auténtico arranque de genialidad.
A pesar de que no perdonamos al autor por la muerte de uno de estos nuevos personajes (SPOILER ALERT: sí, ese, el que tiene cuatro patas y pelo) estamos deseando que llegue el día de la inminente publicación de Hades Nebula, para seguir corriendo aventuras con el grupo de Carranque, que ya forma parte del imaginario colectivo malagueño.
LOS CAMINANTES de Carlos Sisi
La literatura de terror es, al menos en mi opinión, una literatura de género cuyo disfrute está sometido a unas reglas distintas a las que aplicamos al resto de la literatura. Las novelas de zombies, en concreto, son un subgénero más específico si cabe, en el que esas reglas se deben aplicar con mucho más rigor. Al final estamos hablando de una persona o un grupo de personas, y un montón de muertos vivientes; la cosa admite muy pocas variaciones, pero infinidad de matices, y es ahí donde brilla la calidad.
Carlos Sisí ha escrito, partiendo de las premisas anteriores, una novela condenadamente buena. Como mañagueño de adopción que soy, me atrevo a afirmar que «Los Caminantes» es la novela que a muchos nos hubiera gustado escribir y que -desde luego- nos ha encantado leer. Una de esas pocas reglas del subgénero zombie tiene que ser forzosamente que el advenimiento de los muertos acaezca en una localización real. Y si Manuel Loureiro fue el genial pionero (al menos, en cuanto a momento de edición) de los zombies patrios, al final uno no tarda en llegar a la conclusión de que Pontevedra -a estos efectos- es lo que podría ser Washington o N.Y., un lugar ajeno. La historia es igualmente disfrutable («Los Caminantes» está enganchando a mucha gente que no conoce Málaga), pero sin duda que no es lo mismo cuando las hordas de muertos vivientes campan por las calles en las que el lector ha vivido (y aquí me permito una pequeña disgresión/spoiler: es imperdonable, aunque subsanable en la anunciada segunda parte de la obra, que la emblemática calle Larios no tenga sus -como poco- dos párrafos de psicosis putrefacta).
Atendiendo al resto de reglas del género, en «Los Caminantes» encontramos a un montón de personas corrientes que, enfrentadas al hecho de que los muertos vuelven de sus tumbas, se plantean, por un lado, la necesidad de sobrevivir, pero, por otro lado, y al mismo tiempo, se cuestionan de alguna manera los pilares básicos de la sociedad moderna. Eso es lo que busco yo en una novela de zombies, y eso es lo que tiene «Los Caminantes», lo que determina su perfecto ajuste a sus convenciones genéricas. Pero la obra también tiene algunos hallazgos brillantes, que amplían las reiteradas reglas de las historias sobre zombies, y aquí es donde destaca el perturbador personaje del padre Isidro, tan desconcertante como inesperado en el desarrollo de la trama.
En fin, que la novela -eficaz, honesta y tan malagueña como universal- merece el éxito que está cosechando entre los fans del género.